martes, 29 de mayo de 2012

Trabajo práctico "Texto argumentativo" - Facundo, de Domingo F. Sarmiento


Responda a las siguientes preguntas:
1-¿Cuál es la causa del “mal argentino”, según Sarmiento, que hace imposible que se instale en este territorio un gobierno organizado?
2-Describa con sus palabras cómo caracteriza Sarmiento al “gaucho malo”.
3-¿En qué grupo político de la época ve Sarmiento al modelo de la civilización?
4-Ahora, teniendo en cuenta las respuestas anteriores, escriba un texto argumentativo. Para ello, debe respetar la organización interna de este tipo de textos y emplear al menos tres procedimientos discursivos. A continuación, se enumeran opciones de hipótesis (o tesis) presentes en Facundo y vinculadas a los puntos anteriores, que deben ser defendidas o rebatidas en el texto a escribir:
-El gaucho es bandido de profesión.
-La extensión de la campaña (o el “desierto") es la causa del mal argentino.
-La civilización se encuentra en las instituciones europeas y la barbarie en el desierto americano. 

lunes, 21 de mayo de 2012

El texto argumentativo



El texto argumentativo tiene como objetivo expresar opiniones o rebatirlas con el fin de persuadir a un receptor. La finalidad del autor puede ser probar o demostrar una idea (o tesis), refutar la contraria o bien persuadir o disuadir al receptor sobre determinados comportamientos, hechos o ideas.
La argumentación, por importante que sea, no suele darse en estado puro, suele combinarse con la exposición. Mientras la exposición se limita a mostrar, la argumentación intenta demostrar, convencer o cambiar ideas. Por ello, en un texto argumentativo además de la función apelativa presente en el desarrollo de los argumentos, aparece la función referencial, en la parte en la que se expone la tesis.
La argumentación se utiliza en una amplia variedad de textos, especialmente en los científicos, filosóficos, en el ensayo, en la oratoria política y judicial, en los textos periodísticos de opinión y en algunos mensajes publicitarios. En la lengua oral, además de aparecer con frecuencia en la conversación cotidiana (aunque con poco rigor), es la forma dominante en los debates, coloquios o mesas redondas.


PROCEDIMIENTOS ORGANIZATIVOS

El texto argumentativo suele organizar el contenido en tres apartados: introducción, desarrollo o cuerpo argumentativo, y conclusión.
La INTRODUCCIÓN suele partir de una breve exposición (llamada “introducción o encuadre”) en la que el argumentador intenta captar la atención del destinatario y despertar en él una actitud favorable. A la introducción le sigue la tesis, que es la idea en torno a la cual se reflexiona. Puede estar constituida por una sola idea o por un conjunto de ellas.
El DESARROLLO. Los elementos que forman el cuerpo argumentativo se denominan pruebas, inferencias o argumentos y sirven para apoyar la tesis o refutarla.
Según la situación comunicativa, se distingue entre :
ESTRUCTURA MONOLOGADA: La voz de un solo sujeto organiza la totalidad del texto argumentativo. Es el caso del investigador que valora el éxito de un descubrimiento en una conferencia.
ESTRUCTURA DIALOGADA: El planteamiento, la refutación o la justificación y la conclusión se desarrollan a lo largo de réplicas sucesivas. Es el caso de los debates en los que es fácil que surjan la controversia, la emisión de juicios pasionales, las descalificaciones y las ironías.
Según el orden de los componentes, se distinguen varios modos de razonamiento:
La DEDUCCIÓN (o estructura analítica) se inicia con la tesis y acaba en la conclusión.
La INDUCCIÓN (o estructura sintética) sigue el procedimiento inverso, es decir, la tesis se expone al final, después de los argumentos

A su vez, los argumentos empleados pueden ser de distintos tipos:
Argumentos racionales: Se basan en ideas y verdades admitidas y aceptadas por el conjunto de la sociedad.
Argumentos de hecho: Se basan en pruebas comprobables.
Argumentos de ejemplificación: Se basan en ejemplos concretos.
Argumentos de autoridad: Se basan en la opinión de una persona de reconocido prestigio.
Argumentos que apelan a los sentimientos. Con estos argumentos se pretende halagar, despertar compasión, ternura, odio…
 La CONCLUSIÓN. Es la parte final y contiene un resumen de lo expuesto (la tesis y los principales argumentos).


PROCEDIMIENTOS DISCURSIVOS
Se trata de procedimientos que no son exclusivos de la argumentación antes bien son compartidos por otros modos de organización textual, como la exposición. Destacan:
La DEFINICIÓN. En la argumentación se emplea para explicar el significado de conceptos. En ocasiones, se utiliza para demostrar los conocimientos que tiene el argumentador.
La COMPARACIÓN (o analogía) sirve para ilustrar y hacer más comprensible lo explicado. Muchas veces sirve para acercar ciertos conceptos al lector común.
La CITAS son reproducciones de enunciados emitidos por expertos. Tienen el objetivo de dar autenticidad al contenido. Las citas se emplean como argumentos de autoridad.
La ENUMERACIÓN ACUMULATIVA consiste en aportar varios argumentos en serie. Cumple una función intensificadora.
La EJEMPLIFICACIÓN se basa en aportar ejemplos concretos para apoyar la tesis. Los ejemplos pueden ser el resultado de la experiencia individual.
La INTERROGACIÓN se emplea con fines diversos: provocar, poner en duda un argumento, comprobar los conocimientos del receptor…
PROCEDIMIENTOS LINGÜÍSTICOS
El párrafo es el cauce que sirve para distribuir los diferentes pasos (planteamiento, análisis o argumentos y conclusión) contenidos en la argumentación escrita.
De entre los elementos de cohesión textual que relacionan los contenidos repartidos en los diferentes párrafos destacan tres: la repetición léxica o conceptual en torno al tema y los marcadores discursivos que permiten seguir el proceso de análisis o argumentación y avisan del momento de la conclusión.
Si el texto pertenece al ámbito científico (jurídico, humanidades…) abundan en el léxico los tecnicismos. Si es de tema más general o de enfoque más subjetivo, suele utilizarse un léxico de registro predominantemente estándar.




martes, 15 de mayo de 2012

Facundo - Capitulo XV (Fragmento)



 Ni creo imposible que a la caída de Rosas se suceda inmediatamente el orden. Por más que a la distancia parezca no es tan grande la desmoralización que Rosas ha engendrado: los crímenes de que la República ha sido testigo han sido oficiales, mandados por el Gobierno; a nadie se ha castrado, degollado ni perseguido sin la orden expresa de hacerlo. Por otra parte, los pueblos obran siempre por reacciones; al estado de inquietud y de alarma en que Rosas los ha tenido durante quince años, ha de sucederse la calma necesariamente; por lo mismo que tantos y tan horribles crímenes se han cometido, el pueblo y el Gobierno huirán de cometer uno solo, a fin de que las ominosas palabras¡mazorca!, ¡Rosas!, no vengan a zumbar en sus oídos, como otras tantas furias vengadoras; por lo mismo que las pretensiones exageradas de libertad que abrigaban los unitarios han traído resultados tan calamitosos, los políticos serán en adelante prudentes en sus propósitos, los partidos medidos en sus exigencias. Por otra parte, es desconocer mucho la naturaleza humana creer que los pueblos se vuelven criminales y que los hombres extraviados que asesinan cuando hay un tirano que los impulse a ello, son en el fondo malvados. Todo depende de las preocupaciones que dominan en ciertos momentos, y el hombre que hoy se ceba en sangre por fanatismo, era ayer un devoto inocente, y será mañana un buen ciudadano, desde que desaparezca la excitación que lo indujo al crimen.

Facundo - Capitulo VII (Frgmento)



No es el elogio sino la apoteosis la que hago de Rivadavia y de su partido, que han muerto para la República Argentina como elemento político, no obstante que Rosas se obstine suspicazmente en llamar unitarios a sus actuales enemigos. El antiguo partido unitario, como el de la Gironda, sucumbió hace muchos años. Pero en medio de sus desaciertos y sus ilusiones fantásticas, tenía tanto de noble y de grande, que la generación que le sucede le debe los más pomposos honores fúnebres. Muchos de aquellos hombres quedan aún entre nosotros, pero no ya como partido organizado: son las momias de la República Argentina, tan venerables y nobles como las del imperio de Napoleón. Estos unitarios del año 25 forman un tipo separado, que nosotros sabemos distinguir por la figura, por los modales, por el tono de la voz, y por las ideas. Me parece que entre cien argentinos reunidos, yo diría: éste es unitario. El unitario tipo marcha derecho, la cabeza alta; no da vuelta, aunque sienta desplomarse un edificio; habla con arrogancia; completa la frase con gestos desdeñosos y ademanes concluyentes; tiene ideas fijas, invariables; y a la víspera de una batalla se ocupará todavía de discutir en toda forma un reglamento, o de establecer una nueva formalidad legal; porque las fórmulas legales son el culto exterior que rinde a sus ídolos, la Constitución, las garantías individuales. Su religión es el porvenir de la República, cuya imagen colosal, indefinible, pero grandiosa y sublime, se le aparece a todas horas cubierta con el manto de las pasadas glorias, y no le deja ocuparse de los hechos que presencia. Es imposible imaginarse una generación más razonadora, más deductiva, más emprendedora y que haya carecido en más alto grado de sentido práctico. Llega la noticia de un triunfo de sus enemigos; todos lo repiten; el parte oficial lo detalla; los dispersos vienen heridos. Un unitario no cree en tal triunfo, y se funda en razones tan concluyentes, que os hace dudar de lo que vuestros ojos están viendo. Tiene tal fe en la superioridad de su causa, y tanta constancia y abnegación para consagrarle su vida, que el destierro, la pobreza, ni el lapso de los años entibiarán en un ápice su ardor. En cuanto a temple de alma y energía, son infinitamente superiores a la generación que les ha sucedido. Sobre todo lo que más los distingue de nosotros son sus modales finos, su política ceremoniosa, y sus ademanes pomposamente cultos. En los estrados no tienen rival, y no obstante que ya están desmontados por la edad, son más galanes, más bulliciosos y alegres con las damas que sus hijos. Hoy día las formas se descuidan entre nosotros a medida que el movimiento democrático se hace más pronunciado, y no es fácil darse idea de la cultura y refinamiento de la sociedad de Buenos Aires hasta 1828. Todos los europeos que arribaban creían hallarse en Europa, en los salones de París; nada faltaba, ni aun la petulancia francesa, que se dejaba notar entonces en el elegante de Buenos Aires.

Tipología del gaucho según Sarmiento


El Rastreador

El más conspicuo de todos, el más extraordinario, es el Rastreador. Todos los gauchos del interior son rastreadores. En llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal, y distinguirlas de entre mil; conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío: ésta es una ciencia casera y popular. Una vez caía yo de un camino de encrucijada al de Buenos Aires, y el peón que me conducía echó, como de costumbre, la vista al suelo: "Aquí va", dijo luego, "una mulita mora, muy buena... ésta es la tropa de D. N. Zapata..., es de muy buena silla..., va ensillada..., ha pasado ayer..." Este hombre venía de la Sierra de San Luis, la tropa volvía de Buenos Aires, y hacía un año que él había visto por última vez la mulita mora, cuyo rastro estaba confundido con el de toda una tropa en un sendero de dos pies de ancho. Pues esto que parece increíble, es con todo, la ciencia vulgar; éste era un peón de árrea, y no un rastreador de profesión.
El RASTREADOR es un personaje grave, circunspecto, cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales inferiores. La conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada y misteriosa. Todos le tratan con consideración: el pobre, porque puede hacerle mal, calumniándolo o denunciándolo; el propietario, porque su testimonio puede fallarle. Un robo se ha ejecutado durante la noche: no bien se nota, corren a buscar una pisada del ladrón, y encontrada, se cubre con algo para que el viento no la disipe. Se llama en seguida al Rastreador, que ve el rastro y lo sigue sin mirar sino de tarde en tarde el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esta pisada que para otro es imperceptible. Sigue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa, y señalando un hombre que encuentra, dice fríamente: "¡Este es!" El delito está probado, y raro es el delincuente que resiste a esta acusación. Para él, más que para el juez, la deposición del Rastreador es la evidencia misma: negarla sería ridículo, absurdo. Se somete, pues, a este testigo, que considera como el dedo de Dios que lo señala. Yo mismo he conocido a Calíbar, que ha ejercido en una provincia su oficio durante cuarenta años consecutivos. Tiene ahora cerca de ochenta años: encorvado por la edad, conserva, sin embargo, un aspecto venerable y lleno de dignidad. Cuando le hablan de su reputación fabulosa, contesta: "ya no valgo nada; ahí están los niños." Los niños son sus hijos, que han aprendido en la escuela de tan famoso maestro. Se cuenta de él que durante un viaje a Buenos Aires le robaron una vez su montura de gala. Su mujer tapó el rastro con una artesa. Dos meses después Calíbar regresó, vio el rastro ya borrado e inapercibible para otros ojos, y no se habló más del caso. Año y medio después, Calíbar marchaba cabizbajo por una calle de los suburbios, entra a una casa, y encuentra su montura ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso. Había encontrado el rastro de su raptor después de dos años. El año 1830, un reo condenado a muerte se había escapado de la cárcel. Calíbar fue encargado de buscarlo: El infeliz, previendo que sería rastreado, había tomado todas las precauciones que la imagen del cadalso le sugirió. ¡Precauciones inútiles! Acaso sólo sirvieron para perderle; porque comprometido Calíbar en su reputación, el amor propio ofendido le hizo desempeñar con calor una tarea que perdía a un hombre pero que probaba su maravillosa vista. El prófugo aprovechaba todos los accidentes del suelo para no dejar huellas; cuadras enteras había marchado pisando con la punta del pie; trepábase en seguida a las murallas bajas; cruzaba su sitio, y volvía para atrás, Calíbar lo seguía sin perder la pista. Si le sucedía momentáneamente extraviarse, al hallarla de nuevo exclamaba: "¡dónde te mias dir!" Al fin llegó a una acequia de agua en los suburbios, cuya corriente había seguido aquél para burlar al Rastreador... ¡Inútil! Calíbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar. Al fin se detiene, examina unas yerbas y dice: "Por aquí ha salido; no hay rastro, ¡pero estas gotas de agua en los pastos lo indican!" Entra en una viña: Calíbar reconoció las tapias que la rodeaban, y dijo: "dentro está." La partida de soldados se cansó de buscar, y volvió a dar cuenta de la inutilidad de las pesquisas. "No ha salido", fue la breve respuesta que sin moverse, sin proceder a nuevo examen, dio el Rastreador. No había salido, en efecto, y al día siguiente fue ejecutado. En 1831, algunos presos políticos intentaban una evasión: todo estaba preparado, los auxiliares de fuera, prevenidos. En el momento de efectuarla, uno dijo: "¿Y Calíbar?", "¡Cierto!" contestaron los otros anonadados, aterrados. ¡Calíbar! Sus familias pudieron conseguir de Calíbar que estuviese enfermo cuatro días contados desde la evasión, y así pudo efectuarse sin inconveniente.
¿Qué misterio es éste del Rastreador? ¿Qué poder microscópico se desenvuelve en el órgano de la vista de estos hombres? ¡Cuán sublime criatura es la que Dios hizo a su imagen y semejanza!

El Baqueano

Después del Rastreador viene el Baqueano, personaje eminente, y que tiene en sus manos la suerte de los particulares y de las provincias. El Baqueano es un gaucho grave y reservado que conoce a palmos veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo más completo, es el único mapa que lleva un general para dirigir los movimientos de su campaña. El Baqueano va siempre a su lado. Modesto y reservado como una tapia, está en todos los secretos de la campaña; la suerte del ejército, el éxito de una batalla, la conquista de una provincia, todo depende de él. El Baqueano es casi siempre fiel a su deber; pero no siempre el general tiene en él plena confianza. Imaginaos la posición de un jefe condenado a llevar un traidor a su lado y a pedirle los conocimientos indispensables para triunfar. Un Baqueano encuentra una sendita que hace cruz con el camino que lleva: él sabe a qué aguada remota conduce: si encuentra mil, y esto sucede en un espacio de mil leguas, él las conoce todas, sabe de dónde vienen y adónde van. El sabe el vado oculto que tiene un río, más arriba o más abajo del paso ordinario, y esto en cien ríos o arroyos; él conoce en los ciénagos extensos un sendero por donde pueden ser atravesados sin inconveniente, y esto, en cien ciénagos distintos.
En lo más oscuro de la noche, en medio de los bosques o en las llanuras sin límites, perdidos sus compañeros, extraviados, da una vuelta en círculo de ellos, observa los árboles; si no los hay, se desmonta, se inclina a tierra, examina algunos matorrales y se orienta de la altura en que se halla; monta en seguida, y les dice para asegurarlos: "Estamos en dereceras de tal lugar, a tantas leguas de las habitaciones; el camino ha de ir al sud"; y se dirige hacia el rumbo que señala, tranquilo, sin prisa de encontrarlo, y sin responder a las objeciones que el temor o la fascinación sugiere a los otros.
Si aún esto no basta, o si se encuentra en la Pampa y la oscuridad es impenetrable, entonces arranca pastos de varios puntos, huele la raíz y la tierra, las masca, y después de repetir este procedimiento varias veces, se cerciora de la proximidad de algún arroyo salado o de agua dulce, y sale en su busca para orientarse fijamente. El general Rosas, dicen, conoce por el gusto el pasto de cada estancia del sud de Buenos Aires.
Si el Baqueano lo es de la Pampa, donde no hay caminos para atravesarla, y un pasajero le pide que lo lleve directamente a un paraje distante cincuenta leguas, el Baqueano se para un momento, reconoce el horizonte, examina el suelo, clava la vista en un punto y se echa a galopar con la rectitud de una flecha, hasta que cambia de rumbo por motivos que sólo él sabe, y galopando día y noche llega al lugar designado.
El Baqueano anuncia también la proximidad del enemigo; esto es, diez leguas, y el rumbo por donde se acerca, por medio del movimiento de los avestruces, de los gamos y guanacos, que huyen en cierta dirección. Cuando se aproxima, observa los polvos, y por su espesor cuenta la fuerza: "Son dos mil hombres", dice: "quinientos, "doscientos", y el jefe obra bajo este dato, que casi siempre es infalible. Si los cóndores y cuervos revolotean en un círculo del cielo, él sabrá decir si hay gente escondida, o es un campamento recién abandonado, o un simple animal muerto. El baqueano conoce la distancia que hay de un lugar a otro, los días y las horas necesarias para llegar a él, y a más, una senda extraviada e ignorada por donde se puede llegar de sorpresa y en la mitad del tiempo: así es que las partidas de montoneras emprenden sorpresas sobre pueblos que están a cincuenta leguas de distancia, que casi siempre las aciertan. ¿Creeráse exagerado? ¡No! El general Rivera, de la Banda Oriental, es un simple Baqueano, que conoce cada árbol que hay en toda la extensión de la República del Uruguay. No la hubieran ocupado los brasileros sin su auxilio; no la hubieran libertado sin él los argentinos.
Oribe, apoyado por Rosas, sucumbió después de tres años de lucha con el general Baqueano, y todo el poder de Buenos Aires hoy con sus numerosos ejércitos que cubren toda la campaña del Uruguay, puede desaparecer destruido a pedazos por una sorpresa hoy, por una fuerza cortada mañana, por una victoria que él sabrá convertir en su provecho por el conocimiento de algún caminito que cae a retaguardia del enemigo, o por otro accidente inapercibido o insignificante. El general Rivera principió sus estudios del terreno el año 1804: y haciendo la guerra a las autoridades, entonces como contrabandista, a los contrabandistas después como empleado, al rey en seguida como patriota, a los patriotas más tarde como montonero, a los argentinos como jefe brasilero, a éstos como general argentino, a Lavalleja como Presidente, al Presidente Oribe como jefe proscripto, a Rosas, en fin, aliado de Oribe, como general Oriental ha tenido sobrado tiempo para aprender un poco de la ciencia del Baqueano.

El Gaucho Malo

Este es un tipo de ciertas localidades, un outlaw, un squatter, un misántropo particular. Es el Ojo de Halcón, el Trampero de Cooper, con toda su ciencia del desierto, con toda su aversión a las poblaciones de los blancos, pero sin su moral natural, y sin sus conexiones con los salvajes. Llámanle el gaucho malo, sin que este epíteto lo desfavorezca del todo. La justicia lo persigue desde muchos años; su nombre es temido, pronunciado en voz baja, pero sin odio y casi con respeto. Es un personaje misterioso; mora en la Pampa; son su albergue los cardales; vive de perdices y mulitas; y si alguna vez quiere regalarse con una lengua, enlaza una vaca, la voltea solo, la mata, saca su bocado predilecto, y abandona lo demás a las aves mortecinas. De repente se presenta el Gaucho Malo en un pago de donde la partida acaba de salir; conversa pacíficamente con los buenos gauchos, que lo rodean y admiran; se provee de los vicios, y si divisa la partida, monta tranquilamente en su caballo, y lo apunta hacia el desierto, sin prisa, sin aparato, desdeñando volver la cabeza. La partida rara vez lo sigue; mataría inútilmente sus caballos; porque el que monta el Gaucho Malo es un parejero pangaré tan célebre como su amo. Si el acaso lo echa alguna vez de improviso entre las garras de la justicia, acomete a lo más espeso de la partida, y a merced de cuatro tajadas que con su cuchillo ha abierto en la cara o en el cuerpo de los soldados, se hace paso por entre ellos; y tendiéndose sobre el lomo del caballo para sustraerse a la acción de las balas que lo persiguen, endilga hacia el desierto, hasta que poniendo espacio conveniente entre él y sus perseguidores, refrena su trotón y marcha tranquilamente. Los poetas de los alrededores agregan esta nueva hazaña a la biografía del héroe del desierto, y su nombradía vuela por toda la vasta campaña. A veces se presenta a la puerta de un baile campestre con una muchacha que ha robado, entra en baile con su pareja, confúndese en las mudanzas del cielito, y desaparece sin que nadie se aperciba de ello. Otro día se presenta en la casa de la familia ofendida, hace descender de la grupa a la niña que ha seducido, y desdeñando las maldiciones de los padres que lo siguen, se encamina tranquilo a su morada sin límites.
Este hombre divorciado con la sociedad, proscripto por las leyes; este salvaje de color blanco no es en el fondo un ser más depravado que los que habitan las poblaciones. El osado prófugo que acomete una partida entera, es inofensivo para los viajeros: el Gaucho Malo no es un bandido, no es un salteador; el ataque a la vida no entra en su idea, como el robo no entraba en la idea del Churriador: roba, es cierto; pero ésta es su profesión, su tráfico, su ciencia. Roba caballos. Una vez viene al real de una tropa del interior: el patrón propone comprarle un caballo de tal pelo extraordinario, de tal figura, de tales prendas, con una estrella blanca en la paleta. El gaucho se recoge, medita un momento, y después de un rato de silencio contesta: "no hay actualmente caballo así." ¿Qué ha estado pensando el gaucho? En aquel momento ha recorrido en su mente mil estancias de la Pampa, ha visto, y examinado todos los caballos que hay en la Provincia, con sus marcas, color, señales particulares, y convencídose de que no hay ninguno que tenga una estrella en la paleta; unos la tienen en la frente, otros una mancha blanca en el anca. ¿Es sorprendente esta memoria? ¡No! Napoleón conocía por sus nombres doscientos mil soldados, y recordaba, al verlos, todos los hechos que a cada uno de ellos se referían. Si no se le pide, pues, lo imposible, en día señalado, en un punto dado del camino entregará un caballo tal como se le pide, sin que el anticiparle el dinero sea motivo de faltar a la cita. Tiene sobre este punto el honor de los tahúres sobre las deudas.
Viaja a veces a la campaña de Córdoba, a Santa Fe. Entonces se le ve cruzar la Pampa con una tropilla de caballos por delante: si alguno lo encuentra, sigue su camino sin acercársele, a menos que él lo solicite.

jueves, 3 de mayo de 2012

La poesía gauchesca


Ángel Rama vincula literatura gauchesca al contexto de producción y, fundamentalmente, al público lector. Se puede dividir al género, de acuerdo al esquema de Rama, en un período revolucionario, que se vincula a los poemas de Bartolomé Hidalgo, otro faccioso (rosista y antirosista), donde resaltan las figuras de Luís Pérez e Hilario Ascasubi, y es cerrado por Estanislao del Campo, y un último período social, donde las figuras destacables son Antonio Lussich y José Hernández.
Durante el período revolucionario, la poesía gauchesca, toda, había cantado la revolución. Los poemas gauchescos de la época se destacan por incitar al gaucho a la guerra contra España con el fin de lograr el triunfo de la revolución. Bartolomé Hidalgo escribió los poemas más importantes del periodo. Como lo demuestra el cielito “Cielito a la venida de la expedición española al Río de la Plata”, había un sentimiento patriótico que se cantaba con esas composiciones poéticas, sentimiento que se oponía a los intentos españoles por recuperar sus colonias en estas tierras.
En 1835, Juan Manuel de Rosas asume la gobernación de la Provincia de Buenos Aires por segunda vez. El país, en ese entonces, se encuentra dividido en dos grupos políticos o facciones: los unitarios y los federales. Rosas es la figura más destacada del grupo de los federales. La pelea entre ambos grupos es tan grande que varios unitarios, como Sarmiento y Esteban Echeverría, se exilian. Durante este período, ocurre que las facciones políticas en pugna se apropian del poeta gauchesco y lo integran a su sistema político. De ese modo, el escritor se vuelve un ayudante asalariado a cargo de quien estuvo soliviantar la imaginación popular. Luís Pérez e Hilario Ascasubi son los dos poetas más importantes del período. Luís Pérez se transforma en el portavoz de la poesía gauchesca en apoyo de Rosas –e incluso escribe un poema que se llama “Biografía de Rosas”. Hilario Ascasubi, en cambio, es un ferviente anti-rosista. Cada uno trabaja para las facciones en pugna.
Hacia la década de 1870 el paisaje de la Nación Argentina se modifica. Comienza lo que se denomina como el periodo de modernización del estado, que culminará y se afianzará en la década de 1880. Con este proceso de modernización, Antonio Lussich y José Hernández brindan una nueva renovación al género: la poesía deja de ser política y partidista y se vuelve social: los gauchos ahora descubren que no se los considera parte de la Nación.  Ellos son, simplemente, una clase desheredada. El Martín Fierro, en el caso de Hernández, y Los 3 orientales, en el caso de Lussich, son sus producciones más importantes, donde sus personajes cuentan las desdichan que viven como la clase desheredada a la que pertenecen.

martes, 17 de abril de 2012

Origenes de la gauchesca II

La refalosa
Amenaza de un mazorquero y degollador de los sitia dores  de  Montevideo  dirigida  al gaucho 
Jacinto Cielo gacetero y soldado de la Legión Argentina, defensora de aquella plaza.
H. Ascasubi. La Refalosa. Paulino Lucero, 1843

Mira, gaucho salvajón, 
que no pierdo la esperanza,
y no es chanza, 
de hacerte probar qué cosa 
es Tin tin y  Refalosa. 
Ahora te diré como es: 
escuchá y no te asustes; 
que para ustedes es canto 
más triste que un viernes  santo.
Unitario que agarramos
lo  estiramos; 
o paradito nomás,
por atrás,
lo amarran  los  compañeros 
por supuesto, mazorqueros,
y ligao
con un maniador* doblao, 
ya queda codo con codo 
y desnudito ante todo.
¡Salvajón! 
Aquí empieza su afición.
Luego después a los pieses 
un sobeo* en tres dobleces
se le atraca,
y queda como una estaca 
lindamente asigurao,
y  parao
lo tenemos clamoriando; 
y como medio chanciando
lo  pinchamos,
y lo que grita,  cantamos
la refalosa y tin tin, 
sin   violin.
Pero seguimos el son 
en la vaina del latón,
que asentamos;
el cuchillo, y lo tantiamos 
con las uñas el cogote.
¡Brinca el salvaje vilote
que da risa!
Cuando algunos en camisa 
se empiezan a revolcar,
y a llorar, 
que es lo que mas nos divierte;
de igual suerte 
que al Presidente le agrada,
y larga la carcajada
de alegría, al oír la musiquería 
y la broma que le damos 
al salvaje que amarramos.
Finalmente:
cuando creemos conveniente, 
después que nos divertimos
grandemente, decidimos que  al salvaje 
el resuello se le ataje;
y a derechas lo agarra uno de las mechas,
mientras otro
lo sujeta como a potro
de las patas, 
que si se mueve es a gatas.
Entretanto, 
clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahí nomás por consuelo 
a su queja:
abajito de la oreja,
con un puñal bien templao
y afilao,
que se llama el quita penas,
le atravesamos las venas
del pescuezo.
¿Y que se le hace con eso? 
larga sangre que es un gusto,
y del susto 
entra a revolver los ojos.
¡Ah, hombres flojos! 
hemos visto algunos de estos 
que se  muerden y hacen gestos,
y visajes
que se pelan los salvajes, 
largando tamaña lengua; 
y entre nosotros no es mengua
el besarlo, 
para medio contentarlo.
¡Que jarana! 
nos reímos de buena gana
y muy mucho,
de ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos; 
y lo sabemos parar para verlo refalar
¡en la sangre!
hasta que le da un calambre
y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira 
el salvaje; y, lo que espira,
le sacamos 
una lonja que apreciamos
el sobarla, 
y de manera* gastarla.
De ahí se le cortan orejas, 
barba, patilla y cejas;
y pelao
lo dejamos arrumbao, 
para que engorde algún chancho,
o carancho.
Con que ya ves, Salvajón; 
nadita te ha de pasar 
después de hacerte gritar: 
¡Viva la  Federación!