martes, 17 de abril de 2012

Origenes de la gauchesca II

La refalosa
Amenaza de un mazorquero y degollador de los sitia dores  de  Montevideo  dirigida  al gaucho 
Jacinto Cielo gacetero y soldado de la Legión Argentina, defensora de aquella plaza.
H. Ascasubi. La Refalosa. Paulino Lucero, 1843

Mira, gaucho salvajón, 
que no pierdo la esperanza,
y no es chanza, 
de hacerte probar qué cosa 
es Tin tin y  Refalosa. 
Ahora te diré como es: 
escuchá y no te asustes; 
que para ustedes es canto 
más triste que un viernes  santo.
Unitario que agarramos
lo  estiramos; 
o paradito nomás,
por atrás,
lo amarran  los  compañeros 
por supuesto, mazorqueros,
y ligao
con un maniador* doblao, 
ya queda codo con codo 
y desnudito ante todo.
¡Salvajón! 
Aquí empieza su afición.
Luego después a los pieses 
un sobeo* en tres dobleces
se le atraca,
y queda como una estaca 
lindamente asigurao,
y  parao
lo tenemos clamoriando; 
y como medio chanciando
lo  pinchamos,
y lo que grita,  cantamos
la refalosa y tin tin, 
sin   violin.
Pero seguimos el son 
en la vaina del latón,
que asentamos;
el cuchillo, y lo tantiamos 
con las uñas el cogote.
¡Brinca el salvaje vilote
que da risa!
Cuando algunos en camisa 
se empiezan a revolcar,
y a llorar, 
que es lo que mas nos divierte;
de igual suerte 
que al Presidente le agrada,
y larga la carcajada
de alegría, al oír la musiquería 
y la broma que le damos 
al salvaje que amarramos.
Finalmente:
cuando creemos conveniente, 
después que nos divertimos
grandemente, decidimos que  al salvaje 
el resuello se le ataje;
y a derechas lo agarra uno de las mechas,
mientras otro
lo sujeta como a potro
de las patas, 
que si se mueve es a gatas.
Entretanto, 
clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahí nomás por consuelo 
a su queja:
abajito de la oreja,
con un puñal bien templao
y afilao,
que se llama el quita penas,
le atravesamos las venas
del pescuezo.
¿Y que se le hace con eso? 
larga sangre que es un gusto,
y del susto 
entra a revolver los ojos.
¡Ah, hombres flojos! 
hemos visto algunos de estos 
que se  muerden y hacen gestos,
y visajes
que se pelan los salvajes, 
largando tamaña lengua; 
y entre nosotros no es mengua
el besarlo, 
para medio contentarlo.
¡Que jarana! 
nos reímos de buena gana
y muy mucho,
de ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos; 
y lo sabemos parar para verlo refalar
¡en la sangre!
hasta que le da un calambre
y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira 
el salvaje; y, lo que espira,
le sacamos 
una lonja que apreciamos
el sobarla, 
y de manera* gastarla.
De ahí se le cortan orejas, 
barba, patilla y cejas;
y pelao
lo dejamos arrumbao, 
para que engorde algún chancho,
o carancho.
Con que ya ves, Salvajón; 
nadita te ha de pasar 
después de hacerte gritar: 
¡Viva la  Federación!

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