Ni creo imposible que a
la caída de Rosas se suceda inmediatamente el orden. Por más que a la distancia
parezca no es tan grande la desmoralización que Rosas ha engendrado: los
crímenes de que la República
ha sido testigo han sido oficiales,
mandados por el Gobierno; a nadie se ha castrado, degollado ni perseguido sin
la orden expresa de hacerlo. Por otra parte,
los pueblos obran siempre por reacciones; al estado de inquietud y de alarma en
que Rosas los ha tenido durante quince años, ha de sucederse la calma
necesariamente; por lo mismo que tantos y tan horribles crímenes se han
cometido, el pueblo y el Gobierno huirán de cometer uno solo, a fin de que las
ominosas palabras¡mazorca!, ¡Rosas!, no vengan a zumbar en sus oídos,
como otras tantas furias vengadoras; por lo mismo que las pretensiones
exageradas de libertad que abrigaban los unitarios han traído resultados tan
calamitosos, los políticos serán en adelante prudentes en sus propósitos, los
partidos medidos en sus exigencias. Por otra parte, es desconocer mucho la
naturaleza humana creer que los pueblos se vuelven criminales y que los hombres
extraviados que asesinan cuando hay un tirano que los impulse a ello, son en el
fondo malvados. Todo depende de las preocupaciones que dominan en ciertos
momentos, y el hombre que hoy se ceba en sangre por fanatismo, era ayer un
devoto inocente, y será mañana un buen ciudadano, desde que desaparezca la
excitación que lo indujo al crimen.
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